
Venecia, la ciudad de los canales, los puentes y las góndolas, vive un verano complicado. Cada año, millones de visitantes llegan a sus calles estrechas y plazas icónicas, pero no todos contribuyen al sostenimiento de la ciudad de manera significativa. El debate sobre la introducción de una tasa de acceso para los turistas de un solo día ha vuelto a cobrar fuerza, con cifras que rondan los cien euros por visitante, una medida pensada para frenar el turismo de paso que no gasta ni respeta los valores culturales y patrimoniales de la ciudad.
El fenómeno del turismo de un día ha crecido de manera exponencial gracias a los cruceros y a la facilidad de los trenes y autobuses desde ciudades cercanas como Milán o Florencia. Estos visitantes recorren Venecia en pocas horas, toman fotos en la Plaza de San Marcos, suben a una góndola por un corto paseo y luego se marchan. El problema no es solo que no consumen en bares, restaurantes o tiendas locales, sino que también generan presión sobre la infraestructura, el transporte público y los servicios básicos de la ciudad.
En los últimos años, las autoridades venecianas han observado cómo esta avalancha de visitantes afecta la calidad de vida de los residentes. Vecinos que antes podían disfrutar de sus barrios se ven desplazados por multitudes, y los comercios tradicionales ceden paso a tiendas de souvenirs y cadenas orientadas exclusivamente al turismo. La ciudad, que en otro tiempo era hogar y comunidad, empieza a sentirse como un parque temático gigante, donde los turistas “exprés” dominan el espacio público.
La propuesta de la tasa de acceso busca equilibrar esta situación. Cien euros por visitante de un solo día no solo actuarían como un freno al turismo masivo, sino que también generarían ingresos directos para mantener la ciudad, financiar el cuidado de sus monumentos y canales, y apoyar a los negocios locales. Para quienes pernoctan en hoteles de Venecia, la idea es mantener tarifas adaptadas al alojamiento, mientras que quienes llegan solo para unas horas tendrían que contribuir de forma proporcional al impacto que generan.
El debate no está exento de polémica. Algunos sectores del turismo temen que la medida pueda reducir drásticamente la afluencia de visitantes y afectar al comercio y a los servicios vinculados a los cruceros. Otros, en cambio, argumentan que este tipo de turismo barato y rápido no deja beneficios reales y que, si se regula, se fomentaría un turismo más sostenible, de mayor calidad y más respetuoso con la ciudad y sus habitantes.
El impacto cultural y social también es un argumento central. Venecia ha sido un faro de arte, arquitectura y patrimonio durante siglos, y sus canales, palacios y plazas son un tesoro que necesita protección. Los turistas que solo llegan a hacer fotos y poco más no contribuyen a la conservación de este legado, mientras que los visitantes que se hospedan, consumen y exploran con calma sí ayudan a mantener viva la ciudad.
Mientras la discusión sobre la tasa de acceso sigue abierta, Venecia se enfrenta a un desafío urgente: encontrar un equilibrio entre su papel como destino turístico mundial y la preservación de su identidad y calidad de vida para los que la habitan. La pregunta que permanece es si la ciudad podrá controlar el flujo de visitantes sin perder su atractivo y al mismo tiempo garantizar que el turismo sea beneficioso y sostenible para todos.